Tengo la firme impresión que en el
contexto actual, marcado por los códigos de la sociedad del conocimiento
y el fácil acceso a las tecnologías (transformadas ya en un commodity),
la inteligencia relacional es uno de los factores que predicen de mejor
forma el éxito o fracaso laboral.
Desde
el sentido común, cuál promesa de paraíso celestial, creemos que la
profesionalización y la especialización en un área del conocimiento nos
asegurarán el logro de metas y objetivos personales y laborales. Desde
la más temprana infancia, el sistema educacional nos inculca que la
acumulación de saberes y contenidos nos permitirán, además de tener un
buen trabajo, mantenerlo.
Si
bien es cierto en todos los trabajos es requisito poseer competencias y
habilidades en materias específicas, propias de la labor a realizar, la
experiencia me dicta que, por lo general "te contratan por tu cabeza
(razón) y te desvinculan por tu estómago (emoción)".
Por
lo general, el fracaso laboral tiene una directa relación con la
ausencia de lo que Jaime García y Manuel Manga han llamado
"inteligencia relacional". ¿Qué es esta "inteligencia relacional"? Desde
mi perspectiva, es la habilidad para lograr objetivos y metas, solo o
en conjunto con otras personas (incluyéndolas, motivándolas y
haciéndolas parte del proyecto), reconociendo los estados emocionales
propios y de los otros como herramienta primordial.
¿Cómo sé que he desarrollado esta inteligencia relacional?
Como ejercicio práctico, propongo realizarse las siguientes seis preguntas.
1. ¿Cómo he construido la relación con mi entorno más cercano?
2. ¿Qué señales me entregan las personas que comparten conmigo?
3. ¿Estoy satisfecho con la forma en que asumo los errores o desaciertos?
4. Cuando necesito algo ¿Cómo lo pido?
5. Cuando algo me molesta ¿Cómo lo infomo?
6. Cuando algo me alegra ¿Cómo lo comparto?
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